Destacan la impronta que dejó el creador del Rastrojero en la UNLP

La Facultad recuerda al aeronáutico Raúl Gómez, uno de sus egresados ilustres. Falleció el 8 de diciembre pasado a los 90 años. La camioneta pick up que diseñó marcó un antes y un después en la industria automotriz de nuestro país

El Ing. Raúl Gómez en un Rastrojero El Ing. Raúl Gómez en un Rastrojero

El ingeniero aeronáutico Raúl Salvador Gómez, creador del recordado Rastrojero, falleció en Rosario el 8 de diciembre pasado, a los 90 años, dejando un vacío que será imposible de llenar. Estudiante y egresado de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), desarrolló una camioneta pick up que marcó un antes y un después en la industria automotriz de nuestro país.

Su invención logró fusionar la ciencia y la técnica, que fue puesta al servicio de la producción nacional, en un país que por aquel entonces -en la primera mitad de la década del '50- había logrado constituir una economía con valor agregado y una movilidad social ascendente.

Raúl había nacido en Roque Sáenz Peña, provincia de Chaco, en 1924. En una entrevista que concedió hace un año, que fue incluida en un libro sobre la Historia del Departamento de Aeronáutica de la UNLP, relató que llegó a la Facultad de Ciencias Fisicomatemáticas (hoy Ingeniería) en 1944, atraído por el auge de la aeronáutica, al igual que muchos jóvenes de su generación.

La actividad vivía una época de esplendor en el país. Y no era para menos ya que desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial se venía poniendo en evidencia, para los países que buscaban desarrollarse, la importancia de la aviación ya sea como arma bélica o como medio de transporte. En la Argentina, concretamente, este fenómeno se puso de manifiesto de dos maneras: una campaña popular para formar 20.000 pilotos y la aparición del Aeromodelismo.

Fue en ese contexto que Gómez, mientras estudiaba la carrera de Técnico en la Escuela Industrial de la Nación, anexa a la Facultad de Ingeniería de Rosario, fue cimentando su interés por los aviones. "En esa época se editaba la revista "HOBBY", en la que se publicaban planos de aeromodelos para construir con estructura de madera balsa y recubrimiento de papel muy liviano. Hacíamos cemento para pegar las piezas disolviendo el celuloide de las películas en acetona. Estos avioncitos accionaban la hélice por medio de una madeja de hilos de goma", rememoró el ingeniero.

Cuando Raúl ingresó a la Facultad de Ciencias Fisicomatemáticas había un cupo disponible para 400 alumnos, más los estudiantes que egresaban del Colegio Nacional de la UNLP. En enero, febrero y marzo se daban clases de Álgebra, Geometría y Trigonometría con un examen escrito final. Los que obtenían 21 puntos o más integraban el cupo de 400 por orden de puntaje hasta completarlo. Si luego seguían quedando vacantes, los lugares eran asignados a los que obtenían mayor puntaje en un examen oral.

Durante la carrera, Gómez vivió en una pensión de la calle 47 entre 1 y 2, a una cuadra de la Facultad. Compartía sus tardes de estudio con unos diez jóvenes universitarios, como él, provenientes de diferentes provincias del país.

En 1946 el Centro de Estudiantes comenzó a funcionar fuera de la Facultad. El Instituto Aeronáutico, como se llamaba el Departamento en aquel entonces, era como una segunda casa para los alumnos. Por disposición del director, el Dr. Clodoveo Pasqualini, los jóvenes tenían llave del taller, de manera que podían ir hasta los domingos para usar las máquinas. "Una vez hice una pieza de repuesto para la moto de un compañero", comentó. Y recordó que en esos años "guardábamos una pelota de fútbol en la biblioteca, para jugar un rato entre clase y clase".

Los alumnos de la carrera también podían retirar de la biblioteca de la Facultad, desde las 8 de la noche hasta las 8 de la mañana, las imprescindibles máquinas de calcular Facit, cuando necesitaban hacer trabajos prácticos.

Un vehículo rústico y eficiente

Gómez rindió la última materia para obtener el título de Ingeniero Aeronáutico el 1º de abril de 1950. Se recibió con "Proyecto y construcción de aviones", dictada por el ingeniero Emanuele Gambilargiu. Ese mismo año, a través de gestiones del Dr. Pasqualini, él y otro egresado del Instituto Aeronáutico ingresaron a trabajar en la Fábrica Militar de Aviones, en Córdoba, principal centro industrial del país en aquel entonces.

En 1952, en un escenario de fuerte impulso al desarrollo nacional, el entonces presidente Juan Domingo Perón ordenó la creación de IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), para la producción de aviones, tractores, motocicletas y automotores. En ese contexto, el Ministerio de Aeronáutica le encargó al joven ingeniero el diseño de un vehículo utilitario, a partir del reciclaje de los motores Wilys Overland, pertenecientes a tractores en desuso. Así fue como, al poco tiempo, nació el primer prototipo del Rastrojero. El vehículo resultó un utilitario rústico y eficiente para el transporte de hasta una tonelada de peso, apto para el desplazamiento sobre tierra y barro y regular desempeño sobre pavimento. Su nombre se debe a que debía marchar sobre el rastrojo del campo (residuo de la cosecha).

Más de medio siglo después de su creación, el Rastrojero aún puede verse en tareas de reparto en muchas ciudades y pueblos del interior. Este desarrollo le valió un gran reconocimiento y distinciones a Gómez a nivel nacional. "En Córdoba soy un héroe nacional", dijo entre risas durante la entrevista.

El ingeniero estuvo por última vez en la Facultad el 7 de diciembre de 2011, por invitación del director ejecutivo del Departamento de Aeronáutica, Alejandro Patanella. Ya jubilado, colaboraba con distintas organizaciones dando charlas y conferencias sobre su paso por la industria automotriz argentina.

Una clase para no olvidar

Durante la entrevista para el libro de la Historia del Departamento de Aeronáutica, el ingeniero Raúl Gómez compartió una anécdota de sus años en la Facultad de Ingeniería.

"Estando en 5º año de la carrera, llegué al Instituto Aeronáutico unos minutos antes del comienzo de la clase Aerodinámica Especial. En vez de entrar a esperar la hora me quedé jugando al fútbol frente al edificio de madera, como era en ese tiempo", recordó.

"Consecuencia, se me hizo tarde. Habían pasado más de diez minutos de la hora de clase, a la que íbamos entre ocho y nueve alumnos. Decidí entrar abriendo la puerta con todo cuidado para no hacer ningún ruido y caminé despacito hasta un taburete libre. Pero el Dr. Clodoveo Pasqualini, quien daba la clase, me miró y dijo: 'Hasta ahora vimos...' y repitió todo lo que había explicado hasta ese momento. Nunca en mi vida sentí tanta vergüenza", reconoció.